martes, 17 de mayo de 2011
ESTANCIA JESUÍTICA SANTA CATALINA
Dentro de la llamada "Provincia Jesuítica del Paraguay", creada por la Orden al establecerse en Argentina en 1585, la Compañía de Jesús realizó emprendimientos destinados a tener gran repercusión en lo misional y educativo; así fue que logró un fuerte arraigo en la sociedad indiana a través de sus grandes actividades: los colegios y las misiones, que le dieron enorme ascendiente y prestigio entre los blancos y los indios. En 1608, la Companía creó en Córdoba un noviciado destinado a preparar a sus misioneros y suplir con ellos el déficit de religiosos provenientes de Europa. Dos años después se fundó el Colegio Máximo, punto de partida de la primera universidad argentina. Cada colegio aseguró su propia subsistencia económica con rentas y propiedades: haciendas, tierras de labor, molinos, ingenios, ganados. Así va adquiriendo una influencia extraordinaria sobre los ricos españoles y criollos, cuyos hijos se educaban en sus colegios y escuelas.
A mitad del siglo XVII, los jesuitas ya tenían la posesión de las que luego serían sus mejores estancias: Jesús María, Santa Catalina y Alta Gracia. En cada estancia se debió detectar las actividades más adecuadas en función de las tierras; se debieron construir cascos, dependencias, talleres, depósitos, viviendas para indios y esclavos y realizar obras de infraestructura tales como tajamares, acequias y canales.
Santa Catalina es la más grande de todas las estancias jesuíticas. Fue fundada en 1622. y se encuentra a 70 kilómetros de la capital de Córdoba, unos 20 km al noroeste de Jesús María
En lo que respecta específicamente a esta estancia, las tierras donde fue levantada habían sido otorgadas en merced, en 1584, a Don Miguel de Ardiles, que había acompañado a Don Jerónimo Luis de Cabrera en la fundación de Córdoba. Cuando Ardiles muere lo hereda su hijo, Miguel de Ardiles el Mozo, quien vende las tierras al herrero Luis Frassón, también miembro de la expedición de Cabrera. El 1º de agosto de 1622, Frassón vende todas las tierras a la Compañía de Jesús y así comenzaron las obras para establecer la estancia y el noviciado.
En las antiguas tierras de Calabalumba la Vieja, la Compañía de Jesús compra en cuatro mil quinientos pesos la Estancia de Santa Catalina que, por ese entonces, comprendía algunas precarias construcciones y muchas cabezas de ganado. Debido a la gran insuficiencia de agua, la primera gran obra de los jesuitas fue de ingeniería hidráulica: un conjunto de conductos subterráneos por el cual el agua llegaba a la finca desde Ongamira, a varios kilómetros de distancia en las sierras, y era almacenada en un gran tajamar. Así, Santa Catalina se convirtió en el gran centro de producción pecuaria con miles de cabezas de ganado vacuno, ovino y mular, además del obraje con sus telares y aparejos, la herrería, la carpintería, el batán (bastidor oscilante de telar) y dos molinos.
Pero más allá del gran emprendimiento productivo, Santa Catalina es conocida por su iglesia, ejemplo del barroco colonial en Argentina, visiblemente influenciado por la arquitectura centroeuropea del mismo estilo.
No se conocen fechas ciertas sobre la construcción de la Iglesia y Casa, pero sin duda debió realizarse en diferentes épocas y a lo largo de más de cien años, como lo prueba la placa de piedra de sapo que está colocada en la portada de la casa y que lleva la fecha de 1726. También fueron numerosos los arquitectos que trabajaron en la construcción, de ellos la historia ha retenido los nombres de los hermanos de la Orden, Blanqui y Prímoli, también constructores de la Catedral de Córdoba, y de Antonio Harls
Más de un siglo después de adquirir la estancia en 1754, los misioneros jesuitas terminaron de erigir la iglesia. Su imponente fachada, flanqueada por dos torres y un portal en curva, es de líneas y ornatos gráciles, con pilastras y frontones curvos.
En su interior fascina la armonía de las proporciones: una sola nave en cruz latina que culmina en la cúpula circular con ventanas en la bóveda, el gran retablo del altar mayor tallado en madera y dorado, en el que se destaca un lienzo representativo de la santa patrona de la estancia, una imagen de vestir del Señor de la Humildad y la Paciencia y la talla policromada de un Cristo crucificado.
A la monumental iglesia se le fueron sumando las demás construcciones del predio al estilo del Medioevo, claustros cercando patios, galerías con bóvedas de cañón, talleres, caballerizas, depósitos, huertas y rancherías.
Cuando fue sorprendida por la expulsión de la Orden -decretada por Carlos III en 1767- la estancia se encontraba en pleno auge y funcionamiento. Encargóse de su administración la Junta de Temporalidades, hasta que en octubre de 1774 fue vendida a Don Francisco Antonio Díaz, Alcalde Ordinario de primer voto de la ciudad de Córdoba.
Don Francisco Antonio Díaz adquirió la estancia Santa Catalina en una subasta promovida por la Junta de Temporalidades, permaneciendo en manos de cuatro ramas de familiares descendientes hasta la actualidad.
Si bien en 1941 fue declarada Museo Histórico Nacional y Patrimonio Cultural de la Humanidad en 2000, para internarse en los solariegos patios y recorrer la estancia hay que pedir permiso, ya que cerca de 60 habitaciones son ocupadas por sus dueños, que mantienen con celoso orgullo la tradición.
En lo que antes era la ranchería de indígenas y esclavos, hoy se erige una pulpería campestre, donde se puede comer rodeado de artesanías y antigüedades.
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