domingo, 17 de enero de 2010

LOS VAMPIROS - LA LITERATURA


Los vampiros han sido las criaturas semihumanas que más fuerza han ganado gracias al cine de terror. Pese a existir multitud de leyendas y relatos sobre su existencia en todo el mundo, la criptozoología (una curiosa e interesante disciplina con aspiraciones científicas que investiga la existencia de animales desconocidos y misteriosos) nunca los ha considerado reales.

Los antecedentes del vampiro cinematográfico

Muchos estudiosos han visto en Lilitû, entidad de origen babilónico que chupaba la sangre de los niños, el primer vampiro conocido. Pero entidades sobrenaturales con esa tendencia sangrienta han existido en todo el mundo, desde Akasha en Egipto hasta Hutzilopochtli en el México prehispánico, también las encontramos en China y Japón hasta Malasia o la India, entre los polinesios y los esquimales... Entre la mitología grecolatina también aparecen divinidades desencarnadas que nos recuerdan a los vampiros: las estrigas (hijas de las harpías, espantosas mujeres pájaro ávidas de sangre humana), las empusas (la seducción hecha maldad, comedoras de jóvenes de hermosos cuerpos y sangre pura) y las lamias (acechadores seres femeninos que ansiaban la carne de los hombres).
Pero un vampiro es, tal y como lo entendemos hoy, un muerto viviente obligado a beber la sangre de los vivos para prolongar indefinidamente su existencia. Evidentemente, estos seres de leyenda no se pueden definir como muertos vivientes.
Muchos creen que el mito del vampiro lo inició el escritor dublinés Bram Stoker (1847-1912) con su obra "The Undead" (El Nomuerto) que publicó en 1897 con el título de "Drácula", pero nada más lejos de la realidad, pues los orígenes del vampirismo se remontan a los tiempos más remotos de la humanidad y, con anterioridad a su libro, se publicaron muchas obras literarias sobre el tema del vampiro: "Leonore" de Bürger (1773), "La novia de Corinto" de Goethe (1797), "Christabel" de Coleridge (1816), "La bella sin piedad" (1818) o "Lamia" (1820) de Keats, "La muerta enamorada" de Gautier (1836), "Las metamorfosis del vampiro" de Baudelaire (1866), "Carmilla" de Le Fanu (1871) y, especialmente, "El vampiro" de John William Polidori (1819), secretario y médico personal de Lord Byron, que creó a su personaje Lord Ruthven, un vampiro aristócrata, dominante y seductor (una imagen de Byron surgida a consecuencia de una venganza personal). Lo que sí es cierto, y eso es indiscutible, es que Stroker dió la entrada a la típica imagen del vampiro que hoy en día reconocemos todos en las películas.

Según se cuenta, Stoker se documentó sobre antiguas creencias populares de la Europa central, aunque se basó para el personaje de su novela en la figura histórica de Vlad IV (1431-1476), voivoda de Valaquia (que forma parte de la actual RumanIa) y apodado Tepes (el Empalador) o Drácula (diminutivo de Dracul, que significa el dragón o el diablo). Ha sido considerado héroe nacional por su lucha para liberar a su país de los invasores otomanos, pese a estar considerado como una de las personas más despiadadas, violentas y sanguinarias de la historia; se dice que empaló a miles de sus enemigos para su satisfacción personal, pero es bien cierto que el ajusticiamiento por la estaca era un instrumento de tortura muy utilizado en esa época por los vencedores tras las batallas, pues además de ejecutar al enemigo también servía como método disuasorio para el que se encontrara con los restos de los vencidos. Su vida se intentó llevar al cine en la película "Vlad" (2000) de Joe Chappelle.
Aunque Stoker utilizara a Vlad Tepes para dar imagen a su vampiro, la fascinación por la sangre posiblemente vino de otro personaje histórico que también vivió en Transilvania: la condesa húngara Erzsébet Bathory (1560-1614), más conocida como "la Condesa Sangrienta", que con el fin de mantenerse joven, desangró a unas 300 doncellas de los pueblos de los alrededores de su castillo de Csejthe para beber su sangre y bañarse con ella. Su historia también ha sido llevada al cine con mejor o peor fortuna en la italiana "I Vampiri" (1956) de Riccardo Freda o la americana "La condesa Drácula" (1970) de Peter Sasdy.

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