Rápidamente los ejércitos de la Wehrmacht llegaron a las afueras de Leningrado. El 20 de agosto se interrumpió la vía ferroviaria directa entre la ciudad y la capital, diez días después la comunicación ferroviaria desapareció completamente. En otoño, los invasores se habían acercado demasiado al río Neva neutralizando a la única carretera que le quedaba a la ciudad, y haciendo extremadamente peligroso el transporte por el río. El 1 de septiembre las primeras granadas de artillería empezaron a caer dentro de la ciudad, y una semana después se cortó la comunicación por tierra. El 15 de septiembre la ciudad fue completamente cercada y empezó la cuenta atrás hacia una de las peores hambrunas de la historia.

Para añadir las tribulaciones, los alemanes decidieron exterminar la ciudad con fuego. Desechando las granadas de fragmentación convencionales, la artillería nazi y la Luftwaffe sometieron a los sitiados a una verdadera lluvia de proyectiles incendiarios. Sólo entre el seis y el ocho de setiembre la fuerza aérea germana bramó sobre Leningrado en oleadas sucesivas de Junkers, lanzando miles de bombas y convirtiéndola en un brutal infierno ardiente.
El incendio, que carbonizó sectores enteros de la urbe, concluyó por arrasar los almacenes de Badayev, acabando con toneladas de harina, grasas y con los 4 acres de los depósitos de alimentos de la ciudad. Los ciudadanos veían grandes llamaradas tiñendo el cielo y percibían como el aroma dulzón proveniente de la combustión de la totalidad de las reservas de azúcar, se mezclaba en el ambiente con las explosiones, los gritos aterrorizados, el penetrante aullido de las sirenas de alarma y también, por supuesto, la furiosa respuesta de la artillería antiaérea soviética. Bajo las ruinas y encima de ellas, Leningrado mascaba su odio y se negaba a rendirse.
FUENTES:
www.angamos.blogspot.com
www.es.wikipedia.org
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